jueves, 19 de marzo de 2009

Pedro Almodóvar : " Ser famoso te permite codearte con tus ídolos"

El viacrucis de Almodóvar
POR JAVIER RIOYO




de Rolling Stone de España 75 , marzo de 2000


Cuando estás en la cima, lo que sigue es el descenso. Hay que saber descender. Seguramente en la cima se está muy solo y hace frío. Es fundamental saber bajar cuando se sube tan alto. Algo así le puede estar sucediendo a Pedro Almodóvar. Nunca ningún director de cine español llegó tan alto, tan lejos, tan fuerte. No es fácil estar preparado para la bajada. Debe haber algo melancólico en la cumbre. ¿Cómo se verán las cosas, el mundo, las gentes, los trabajos y los días desde ese lugar? Está claro que Pedro Almodóvar se sabe defender en las alturas, tiene dominio sobre el vértigo. Es capaz de dar la vuelta a una situación aburrida, a un protocolo estrecho, a una audiencia somnolienta. Para los anales del saber estar y saber comunicar, sin salirse de madre pero sin corsés majestuosos, quedará la noche de los premios Goya, que con unas cuantas sinceridades, con unos cuantos guiños, consiguió complacer a nobles y plebeyos, a los del oficio y a los mirones, a monárquicos y republicanos. Su diálogo improvisado con el príncipe Felipe con final coral de las gentes del cine, ya está en los anales de la sabiduría comunicadora, un territorio donde Almodóvar sigue siendo el rey. Para ir con esa normalidad, con ese desprejuicio por el mundo, no viene nada mal que en el feliz vía crucis de Almodóvar se hayan dado cenas en casas de gentes tan glamourosas y poderosas en Hollywood como la de Warren Beaty y su mujer Annette Bening. Yo creo que Almodóvar es cada vez menos mitómano porque él ya sabe lo que es estar cerca de muchos mitos, sabe que está en el camino de ser él mismo un mito en crecimiento. Hace algunos meses, en presencia de Guillermo Cabrera Infante, Myriam Gómez y Juan Cruz, nos contaba su relación con los mitos: "No soy un gran mitómano, pero naturalmente me emociono cuando conozco a Lauren Bacall y me gasta bromas o me coge de la mano como una niña. He conocido a muchos de mis ídolos, en situaciones a veces mitificables, pero cuando me ha ocurrido a mí me parecía normal. Por ejemplo, en el Festival de Cannes del 92, que se inauguró con Instinto Básico, después de la proyección iba yo con una deslumbrante Bibiana Fernández embutida en un Versace tan desmesurado como ella. Íbamos por esa especie de alfombra interminable que te conduce a la cena después de la proyección. A mitad de camino, Bibi entró en el lavabo, yo la esperé en la puerta; al mismo lavabo entró Catherine Deneuve y poco más tarde Monica Vitti. Me imaginaba la escena que estaba ocurriendo dentro -Bibí me la relató después- Bibí, Catherine y Mónica retocándose los labios, juntas, frente al mismo espejo. Resulta altamente mitificable, pero a la vez absolutamente natural, al fin y al cabo estábamos en Cannes".
Ahora que está a punto de la definitiva conquista de Hollywood, que sabe por su feliz y excesivo víacrucis de premios que los tiene entregados, recuerda como vivió aquél primer deslumbramiento, cuando llegó como finalista con Mujeres al borde de un ataque de nervios. Llegó con su inglés incipiente, en compañía de su hermano Agustín y de gran parte de lo más representativo de las chicas Almodóvar: "A las pocas horas de llegar al hotel me llamó Jane Fonda en persona, quería comprar los derechos de la película para hacerla en inglés y sonaba por teléfono como una 'groupie'. Organizó una fiesta en su casa, con algunos amigos íntimos. De aquella fiesta me impresionó mucho ver en las paredes cuadros abstractos firmados por Henry Fonda y también disfruté viendo cómo Jack Nicholson flirteaba con Bibí; ambos habían coincidido en el Stadium de los Lakers y Nicholson se había fijado en ella. Pensó, según él mismo confesó: '¡Qué chicas tan altas vienen a ver baloncesto!'. También estaba en la fiesta su novia amante de media vida, la adorable Anjelica Huston, a punto de abandonar a Nicholson por alguien más estable. Estaba Cher con un novio muy joven. Tuve que traducir a Loles León todos los comentarios sobre su mutua afición a los quirófanos... Fue una noche deslumbrante, y como tal la vivimos. Al día siguiente me recibía Billy Wilder en su estudio... Aunque, verdaderamente, lo que más me excita no es conocer personalmente a mis ídolos, sino entrar en contacto con ellos cuando todavía están en buena forma. He disfrutado el talento de Lola Flores y Chavela Vargas cuando aún estaban en activo. Y todavía me derrito sólo con oír hablar a Jeanne Moreau, una de mis actrices favoritas de las vivas. Ella me enseñó, nos enseñó a todos los que estábamos en la edición del 50 aniversario de Cannes, cómo se debe dominar un escenario. Ejerció de maestro de ceremonias. El espectáculo fue muy simple. Un escenario descomunal, una actriz frente a un micro en el centro y una larga lista de nombres y fechas. Jeanne tenía que leer los títulos de las películas que habían ganado la Palma de Oro, cuyos directores estaban vivos y en el local, 30 en total. Tenía que leer el título de la película, el año de producción y el nombre del autor. El autor subía al escenario y esperaba al resto, para saludar al final. Moreau nos pidió que no aplaudiéramos hasta el final. Y empezó el monólogo, uno de los más bellos que yo haya escuchado. Jeanne llevaba un traje de payaso firmado por John Galliano. Un disfraz dificilísimo de llevar. La misma e indescriptible voz que a mí me había arrebatado en Moderato Cantabile, empieza a desgranar uno a uno los títulos, las fechas, los nombres. Más de uno lloramos, era la demostración de que para que ocurra el milagro sólo se necesita una actriz, eso sí, descomunal, el resto es secundario. Al final, después de leer la última Palma de Oro, Jeanne dijo en el mismo tono limpio, casi neutro: 'And now, standing ovation'. Y por supuesto nos pusimos de pie como un solo hombre, y llorábamos y aplaudíamos. Adoré conocer a Jeanne Moreau cuando todavía era capaz de hacer lo que hizo en el escenario. Son ese tipo de cosas que uno no olvida".
Con esas lecciones, con esas amistades, con esa sinceridad en cómo recibe y de quién las emociones, la amistad o el cariño, se puede entender como Almodóvar no va por el mundo del cine, por las cimas de la fama, con aquella alegría empalagosa, con aquella sonrisa a calzón quitado que tuvimos que sufrir con el triunfador del año pasado por estas fechas, Roberto Benigni. Almodóvar tiene otro estilo, sus risas y sus llantos no han sido diseñados con los materiales del gran banco internacional: la intensidad emocional. Ni en su estilo, ni en su cine. No hay en sus películas nazis malos, judíos buenos, niños sin padres, pobres felices de positivos y emocionantes sentimientos. Sus buenos y sus malos, ni son tan buenos ni tan malos. Y siempre son poco comunes, fuera del diseño universal de lo tragicómico para todos los públicos. Almodóvar hace universales unas emociones que están más cerca de lo excéntrico, de lo marginal y, sin embargo, llegan a todo el mundo por su verdad cinematográfica.
¿Eran creíbles las perversas rubias del cine negro, sus turbios malos, sus cínicos antihéroes? Lo eran por la potencia de su cine, de sus actores o de sus guionistas. Ahora lo son, por las mismas razones, los personajes de Almodóvar. Ha conseguido conmover a mayorías con su galería de excéntricos humanos, demasiado humanos.
Ya no sorprende reconocernos en las sensaciones, las situaciones o las emociones de travestis embarazando a hermosas vírgenes, el egoísmo de jóvenes lesbianas yonquis, la bondad de niñas bien que se embarazan de transexuales. Nadie es un freak en el universo de Almodóvar. Todos somos trémulas criaturas. Esos humanos de su última película resultan tan queridos, odiados, cercanos y necesarios como lo fueron los héroes o antihéroes del cine de los años dorados. No hay nadie en la vida tan malo como Bette Davis ni tan bueno como Penélope Cruz en el cine. Precisamente hacernos creer esas pasiones humanas, esas conductas, esas relaciones es lo que hace de Almodóvar un autor universal.
Y entonces, ¿qué pasa? ¿por qué al lado del éxito global, del feliz camino de baldosas amarillas hasta el triunfo final, también nos parece que Pedro -¡tantas veces Pedro!- está viviendo una especie de víacrucis? Si bien sus estaciones no están decoradas con coronas de espinas, ni latigazos, ni insultos, sino con premios, reconocimientos, aplausos, no deja de ser un camino de perfección que también te deja muy solo. Vale, lo has logrado, eres mucho más rico, más famoso, más reconocido, premiado y prestigiado. ¡Hasta consigues triunfar en los Goya! A tus pies rendidos ya están los críticos, los globos, los césar, los oscar y las taquillas. Te tiran los tejos los productores de Hollywood, los actores del planeta o los guionistas de prestigio. Y tú, que hasta ahora has hablado de tu mundo, de tu pandilla, de tu pueblo, tu ciudad, tu casa y de tu madre, tú que has podido rodar tus pasotes y tus tristezas, ¿qué podrás contar desde el gran triunfo?
No debe ser fácil tener hasta el final esa capacidad para saber escapar, para fugarse por caminos no transitados, hay que tener la inteligencia de saber huir hasta del éxito. Es posible que haya que escapar sufriendo, pero hay que escapar. Hay que conquistar el honor y el valor de decepcionar, estar preparado para el desencanto después de haber sido el gran encantador. El poeta francés, René Char, dejo escrito: "Comencé por soñar las cosas imposibles; luego, habiéndolas alcanzado, lo posible a su vez se tornó imposible". Eso es lo malo de los sueños, que terminan por cumplirse. Y cuando se cumplen algo de su encanto se desvanece.
Yo creo que lo sabes, que estás preparado para tus arrugas, para las arrugas de Banderas, para las de tus chicas y para las de tu cine. Para no dejarte atrapar, para no convertirte en un personaje del universo de la "glamourización universal". Hace poco has contado que en tus días de recoger premios, de triunfador del año en la cima del mundo, tenías una vida aburrida, una vida al borde de la depresión, que te sentías raro, precisamente allí, en el centro del mundo del cine, en el corazón de los deseos soñados.
Con tu cine cada vez nos reímos menos y nos gusta más. ¡Aunque tampoco nos importaría nada que te tomaras un descanso con una película de risas y lujos estilo Katherine Hepburn en Philadelphia o de disparatados enigmas entre los lagos de Florida o de amores locos con prostitutas del Barrio Chino de Barcelona! Es igual. Tú mismo. Después de los fogonazos mundiales, de soportar todo sobre las primeras páginas, tendrás que volver a tu casa y tus cosas. Escuchar las melancolías que canta Caetano Veloso, pelear contra los kilos, las tentaciones, los placeres de aquí abajo, mientras decides cuál será tu próxima película. Quizá la más difícil de tu carrera. Algo así como seguir escribiendo después de haber firmado Cien años de soledad. Eso, seguramente, lo decidirás en Madrid entre soledades y compañías, con tus escapadas sin guardaespaldas, con tu libertad de haber tenido éxito y no dejar que la fama te emborrache. Hace algún tiempo nos contabas la diferencia entre la fama y el éxito. No querías el peso de la fama. No te fiabas de esa compañera que al acompañarte de manera tan abrumadora te puede deformar y pesar como una chepa. Todo lo contrario del éxito, ése que te permite la libertad de hacer o no hacer, de decidir sobre tu futuro o hacer tu próxima película en París, Hollywood o Vallecas. El éxito siempre tiene un exquisito y dulce sabor, que se añora cuando no se tiene y se disfruta cuando se está viviendo. Lo contrario de la fama que, según tus palabras, "la única Fama de sabor dulce que yo he conocido es un turrón, y esa marca de turrón ya no existe".
No eres mitómano. Ahora eres un mito. No se puede ser mitómano, al menos no de la misma manera que cuando éramos chicos del montón. Ningún chico del montón, ningún chico del periódico, se merienda las estrellas como si fueran nocilla. Sé que el mito no se te sube, también que todo lo que sube, baja. Y ahora, otra vez en estos barrios, otra vez entre los nuestros; precisamente ahora tendrás que decidir si podrás soportar por mucho tiempo el convertirte en petarda amable que pasea de fiesta en fiesta por la imposible ciudad de Los Ángeles, pasar la noche de estrella en estrella, o buscarás tu refugio en esa novela francesa que te gusta, en otra historia que tienes pendiente y cercana o en ese aplazado The paperboy que tanto te gusta y tanto miedo te da. Los amantes de Pete Dexter, los que gozamos con aquella novela que también pasó al cine, Paris Trout, estamos deseando verte por esas historias de periodismo, violencias, amores perversos, asesinos y otros buenos chicos del estado de Florida. Una buena manera de seguir siendo Almodóvar, entre Hollywood y Calzada de Calatrava, así me imagino las historias de esos peculiares reporteros del Florida menos turístico. ¿Se podrá seguir siendo, después del éxito, el independiente Almodóvar? ¿Se dejarán "almodovarizar" los de aquel lado del paraíso? ¿Ellos serán el verdadero infierno?
Aquí también tenemos lo nuestro. También somos capaces de muchos infiernos y de algunos lugares placenteros. Entre los placeres de aquí abajo, como los llamaba Buñuel, tampoco está mal ocuparse un poco del futuro vino de los Almodóvar. No está bien que Agustín se quede solo en la bodega, en los viñedos; la elaboración de un vino, su crianza, la busca y captura de los enólogos, eso es un casting que no lo soluciona ni una Bilbatúa. También haces falta para esto de los vinos. Primero hay que aclarar si tendremos denominación de origen Rioja, La Mancha o Almodóvar, que tampoco es mala marca. Etiquetado por Oscar Mariné y conseguimos -conseguís, quiero decir- tumbar como bebida de moda al más absoluto de los vodkas. ¡Cuántas cosas tiene que hacer un triunfador! ¡Qué vía crucis! ¡Qué cansancio!
De vez en cuando no viene mal volver a los clásicos. Recordar, por ejemplo, ese clásico tan tuyo, Truman Capote, en ese prólogo que tanto te gusta de Música para camaleones, con ese final en el que tenía que enfrentarse a lo que haría tras terminar otra de sus piezas maestras: "Entretanto, aquí estoy en mi oscura demencia, absolutamente solo con mi baraja de naipes y, desde luego, con el látigo que Dios me dio".

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