jueves, 19 de marzo de 2009

Jorge Valdano opina sobre la fama



Nota de María leach en el diario " La Vanguardia" de España, del 27/ 12 / 2008




Jorge Valdano asegura que "la fama es tramposa e impostora"

El ego es como un estómago: cuanto más se come más grande se hace
Firma autógrafos, llena estadios, sube audiencias y todas las miradas se vuelven a su paso. A muchos, la vida del famoso les parecerá envidiable, pero ¿qué precio paga a cambio? La fama es las más de las veces un regalo envenenado que, si no se abre con máxima cautela, puede acarrear nefastas consecuencias


¡Qué mala fama tiene la fama! Ningún experto habla bien de ella. La llaman tramposa, impostora, estúpida, egocéntrica... de todo menos guapa. No lo dicen porque sí. En el camino del anonimato a la popularidad, el número de damnificados supera con creces al de los que logran salir indemnes de la experiencia. Pese al riesgo, los famosos siguen creciendo como setas a nuestro alrededor. Porque la fama, nos guste o no, es uno de los grandes valores de cambio de la sociedad actual. En cualquier profesión y condición, el éxito se mide ya en términos de popularidad y reconocimiento. De lo contrario, parece que no eres nadie. Por tanto, no es de extrañar que miles de personas se empeñen en ser vistas cueste lo que cueste, sin importar el precio que deban pagar a cambio.
Salvo excepciones, la fama otorga una luz especial a quien la posee, haciéndole más atractivo, interesante y seductor a ojos de los demás, y éstos son atributos tan tentadores como adictivos para el ego humano. "Quizás por eso, la fama se ha pervertido", opina el ex futbolista Jorge Valdano, hoy vicepresidente del Grupo Inmark, especializado en inteligencia comercial y desarrollo empresarial. "Antes llevaba implícito el prestigio, pero ahora llamamos famoso a cualquier personaje que sale en televisión vendiendo su vida privada o asociado a la imagen de alguien conocido". En el fútbol, la fama también ha cobrado un papel mucho más importante. "El futbolista ha pasado de ser alguien que practicaba bien un deporte a convertirse en un modelo social basado en astutas labores de marketing. No hay más que ver el caso de Beckham". En cualquier caso, la fama sólo sirve para alejar a la persona de su esencia y convertirla en una guiñolización de sí misma, explica Valdano. "Es tramposa e impostora porque se te mete por vericuetos y acaba desdoblando tu personalidad. Todas las referencias que obtienes son externas y al final uno las termina necesitando para sentirse con confianza. Como resultado, el personaje famoso adelanta al auténtico y ahí está el peligro. Cuanto más célebre eres, mayor es el desdoblamiento. Una popularidad de dimensiones maradonianas conlleva terribles consecuencias a las que nadie escapa". Dentro de esta afición generalizada por adquirir notoriedad, Xavier Cassadó, director de contenidos de la productora de Andreu Buenafuente, El Terrat, remarca que es conveniente diferenciar dos tipos de famosos: "Por un lado, están los que ya tenían el objetivo de alcanzar la fama y, por otro, los que la obtienen a causa de su profesión. Si apareces en televisión, la fama es algo que entra en nómina y no todo el mundo está dispuesto ni preparado para afrontarla". No en vano, la pequeña pantalla es la principal y más rápida fábrica de celebridad, no sólo por la proliferación de reality shows, sino también porque es un embudo de cualquier temática: deportes, cine, humor... En opinión de Juan Cruz, periodista y escritor, autor de El peso de la fama (El País-Aguilar, 1999), tampoco es comparable la popularidad que tiene un escritor consagrado a la de un cantante de moda: "Apelan a mundos distintos. El escritor requiere lectores que se hacen uno a uno y el cantante requiere masas. Aun así, hay de todo. Hay escritores que se creen cantantes y viceversa. En el caso de quien no quiere la fama pero la obtiene a raíz de su profesión, ésta no le impedirá seguir adelante con su obra. Sin embargo, los que la desean a toda costa se delatan en seguida, pues pierden más tiempo conservándola o acrecentándola que haciendo algo útil". Según el Diccionario de la Real Academia, la fama es la opinión que la gente tiene de la excelencia de alguien en su profesión. "En dosis adecuadas, la fama actúa como revitalizante de la autoestima, pero en cantidades excesivas puede causar una hipertrofia narcisista, como les sucede a algunos famosos" –comenta Inma Puig, psicóloga clínica y profesora en el departamento de Dirección de Recursos Humanos de Esade. "Ya Carl Gustav Jung era consciente de esto y, cuando alguien se le acercaba a contarle un éxito, siempre respondía lo mismo: espero que no te haya dañado demasiado". Así las cosas, tras la popularidad y el reconocimiento, los siguientes invitados a la fiesta de la fama son el egocentrismo y la vanidad, una circunstancia que en realidad no proviene del propio famoso, sino del trato que éste recibe por parte del entorno. "Esto se hace evidente en el terreno futbolístico –declara Valdano–. Los jugadores producen una fascinación casi infantil en la gente adulta. Nadie los trata como personas normales y eso contribuye a aumentar su poder, a que se crean el epicentro del mundo. Si a un chico de diecisiete años la gente lo confunde con Dios, ¿cómo va a contradecir a los mayores? Lógicamente, creerá que la gente le adora. Una referencia peligrosa que debe tomarse con cuidado...". El ego es la principal víctima para Xavier Cassadó: "Es como el estómago que, cuanto más comes, más se engrandece. El famoso está acostumbrado a recibir alabanzas cada cinco minutos, por lo que tiene un ego mayor de lo normal, que necesita más alimento que el de la gente anónima". Un superávit de halagos que crea adicción y que no suele ser fácil de digerir, tal como afirma Juan Cruz de forma rotunda: "Si el famoso no es capaz de aceptar que por dentro sigue siendo la misma persona, se convierte en estúpido y en inaguantable. Y en realidad no tendría que cambiar en nada, porque por muy popular que sea seguirá teniendo que aguantar (y aguantarse) las mismas miserias. La sencillez es una larga carrera de obstáculos". "El mejor cable a tierra es la familia –prosigue Valdano–. Cuando Maradona aún era muy joven, pero ya una cosa seria como jugador, si llegaba tarde a su casa a la hora de comer, toda la familia lo esperaba. Nadie comía si no llegaba Diego. En cambio, tenía otros hermanos que, si llegaban tarde, se comía igualmente. Ahí está la clave. Cuando los tuyos te empiezan a tratar como alguien especial, la trampa es mucho mayor. El hogar tiene que ser un lugar donde uno se sienta normal. Igual que con los amigos. Si ellos también contribuyen a distanciarte del que eras, la situación irá de mal en peor". Se busque o no, nadie discrepa de que la fama afecta siempre, incluso contra la propia voluntad, por mucho que la mayoría de las celebridades asegure lo contrario a través de los medios. "Entrar en un local cualquiera y comprobar cómo absolutamente todos los presentes saben quién eres te ha de influir por fuerza. No es una situación natural ni habitual. De repente, posees una repercusión fuera de lo común", apostilla Cassadó. Así lo reafirma Inma Puig: "El entorno de un individuo con éxito cambia por completo: su forma de mirarlo, las expectativas hacia él, el nivel de exigencia... Por ello, si a su alrededor todo cambia, inevitablemente él también cambiará". De hecho, no todo el que se hace famoso sabe adaptarse a la nueva condición, ni tiene la madurez o las herramientas necesarias para canalizar las ventajas e inconvenientes que ésta entraña. Observando la transformación física de Michael Jackson, los escándalos públicos de Britney Spears o la explícita drogadicción de Pete Doherty, el ex de Kate Moss, se pueden extraer conclusiones parecidas. Menos graves, aunque igual de abundantes, son las excentricidades entre los famosos. Woody Allen duerme con los zapatos puestos, Mariah Carey se baña en agua mineral francesa junto a su mascota y el rapero Eminem exige en los hoteles una habitación repleta de videojuegos último modelo. De momento, no hay estudios científicos que aporten datos fiables acerca de si las personas con popularidad muestran más rarezas que la gente anónima, pero es evidente que la fama a menudo se cobra en forma de extravagancia, despilfarro, vivencias extremas, relaciones inestables... "Hay casos de todo tipo –manifiesta Juan Cruz–. Rafael Azcona era famosísimo por su trabajo, pero hasta doce años antes de su muerte nadie supo nada de él. No aparecía en los sitios, no daba entrevistas... Le gustaba ser reconocido, más que conocido. Tampoco me imagino a Hawking o a Emilio Lledó padeciendo esos síndromes. Pero, claro, sí a gente como Leonardo DiCaprio o Enrique Bunbury. Me parece que a ellos les gusta pagar ese precio porque es una manera de huir de ellos mismos". Y del trastorno al desastre muchas veces hay un pequeño, pequeñísimo, paso. Las tragedias derivadas del éxito suman también una larga lista. Cuentan que Elvis, tras concluir uno de sus últimos conciertos, fue instado por sus mánager a esconderse en el asiento trasero del coche con la excusa de burlar a la masa de admiradores que le aguardaba a la salida. La realidad, sin embargo, era bien distinta. Nadie estaba esperando al otrora Rey del Rock and Roll y, temiendo lo fatal que podía resultar aquella visión en un ya deterioradísimo Elvis, se optó por fingir que todo seguía como siempre. Al poco tiempo, ocurrió lo que muchos creen inevitable cuando la fama se vuelve tan tóxica que ya no hay posibilidad de retorno a la objetividad. Inma Puig asiente: "Tras un periodo de notoriedad, el olvido actúa como un amplificador del dolor y se produce un malestar que guarda cierta semejanza con el síndrome de abstinencia". Igual de claro lo tiene Valdano: "La popularidad desaparece y te quedas de nuevo solo contigo mismo. Aquellos que antes dieron mucha importancia a la voz de fuera se sienten muy poca cosa. Cuanto mayor es el triunfo y mayor es el personaje que te has creado, mayor es la frustración posterior. Si nunca te preocupaste de que el medidor de felicidad estuviera dentro de ti mismo, entonces la enfermedad acaba siendo terminal". La película Eva al desnudo es el mejor ejemplo del declive del famoso para Juan Cruz: "El cine, que tanto hace por la fama, la describe también con mucha crudeza, explicando la desdicha que a veces fabrica en el alma de los hombres. Lo peor de ser famoso es, sin duda, dejar de serlo". ¿Nadie se salva? "En confianza: hasta aquellos que más dicen abominar de la publicidad y de la popularidad se meten en ella como si necesitaran un biberón de fama todos los días", concluye Cruz.



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